Los ricos siempre han existido, y siempre existirán. Pero si los de antes eran megacapitalistas, los de hoy son gigacapitalistas. La pandemia, el evento más calamitoso de la vida de nueve décimas partes de la humanidad, ha sido un paseo para ellos. Jeff Bezos ha añadido unos ochenta mil millones de dólares a su ya abultada fortuna. Elon Musk, por un momento, lo superó como el hombre más rico del mundo. La nación virtual de dos mil millones de usuarios fundada por Mark Zuckerberg, si fuera material, sería la más poblada del mundo. Pero la cuestión no es solo la cantidad de dinero que poseen, sino que estas cantidades otorgan a dichos individuos un poder que antes solo estaba al alcance de los Estados soberanos. ¿Cómo detener la carrera hacia los nuevos tipos de monopolios por parte de este puñado de plutócratas que aspiran no solo a influir en lo que compramos, sino también en lo que pensamos? Con impuestos justos, mejores leyes, más derechos para los trabajadores explotados y una nueva conciencia colectiva. Porque si se sigue diciendo al pueblo que coma pasteles si no hay pan, la historia enseña que no suele acabar bien.