Ojear un mapa de España es abrir un volumen cuya lectura no se acaba jamás, dar forma a la acepción viajera de aquella fantasía borgiana que soñaba con un libro en el que cupieran todos; en este caso, extendemos el mapa de un territorio, el español, donde parece que nos cabe el mundo entero. Escuchamos expresiones con tanta frecuencia y para vestir tantas situaciones diferentes que pierden todo su significado; y una de esas expresiones es la de que España es un crisol de culturas, de naciones, de costumbres. Claro que lo es. Para comprobarlo solo basta con mirarnos, cada uno de nosotros, al espejo por la mañana y, sabiendo someramente con qué comparar, detenernos ante nuestro rostro, marcado con rasgos árabes, judíos, romanos, mediterráneos, celtas y amerindios. En España, todos somos pura mezcla, pura suma —arrumbada, tal vez—. Y esa macedonia, y la riqueza que encierra, es evidente en cualquier esquina de este mapa nuestro que, siguiendo las carreteras secundarias, y sin más prisa que la de que no se nos hiciera muy —solo muy— de noche, hemos recorrido en treinta etapas para intentar encerrarlo en este libro, borgiano por partida doble, que tienes ahora entre tus manos.