Henry David Thoreau sabía bien que el invierno —una vez recogida la cosecha, preparadas las conservas y almacenada la leña— es tiempo para la meditación y los placeres, para contemplar el paisaje albino y leer y escribir junto a la estufa. Tiempo para ser lo que somos y lo que deseamos ser, fértil como ninguno, el único que quizá nos hace sentir vivos, con los pies en la tierra bien blanca.
A partir de esta idea, en el presente volumen hemos recopilado los mejores pasajes, pensamientos e intuiciones hibernales que Thoreau fue escribiendo a lo largo de los cuarenta y cuatro inviernos que vivió. Pero se nos ocurrió que a Thoreau no le hubiera gustado que este libro fuera una antología estructurada a partir de la pobreza lineal con la que los occidentales, por desgracia, entendemos el tiempo. Buen conocedor de la lejana cultura hindú y de las cercanas culturas nativas norteamericanas, creemos que habría preferido una compilación orientada a través de una suerte de tiempo cíclico que nos recordara que un invierno es siempre todos los inviernos y que el Gran Invierno es, en realidad, el único que existe. No te damos más pistas, sólo tienes que abrir este libro.