¿Qué habría pasado si Shakespeare hubiera tenido una hermana con su mismo talento para la escritura? Probablemente, que él seguiría siendo un faro de las letras universales y ella, condenada al anonimato, se habría suicidado.
Esto decía Virginia Woolf a las estudiantes universitarias que en 1928 atendieron a sus conferencias sobre las mujeres y la literatura. Y lo decía, precisamente, invocando también a Jane Austen o a las Brontë, para animarlas a no dejarse aplastar por el peso de una historia eminentemente masculina. Una habitación propia sigue siendo hoy libro de cabecera porque es una invitación a la creación libre de prejuicios y de obstáculos, y una llamada al encuentro de las mujeres con la escritura (y con la realidad) para que ocupen por fin el lugar que siempre han merecido. Y porque es, además, un texto brillante, divertido y mordaz que no se agota jamás en la relectura y que refleja la grandeza de su autora: una de las escritoras más geniales de la historia.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz