Maryam tiene que irse del país donde vive. Tiene que dejar allí a su abuela y sus juguetes, así que no podría estar más triste. No entiende que la gente tenga que irse de su casa porque esta, un día así sin más, deje de ser un lugar seguro. Pero se va, y el sitio a donde llega no se parece en nada a su antiguo hogar: ni siquiera se habla el mismo idioma. Por eso prefiere quedarse callada. La comida es tan diferente que es imposible
que pueda gustarle. Por eso prefiere no comer. Se siente tan sola…
Hasta que un día, en la hora del recreo, oye una vocecita a sus espaldas que le pregunta quién es: «¿Cómo te llamas?», le dice. Una pregunta en apariencia muy simple, pero que puede cambiarlo todo.