Con frecuencia se tiende a creer que las mentiras pueden ser inocentes, o piadosas, o que cabe ponerlas al servicio de fines benévolos, y que por lo tanto si los fines son buenos los medios son al menos discutibles.
En este inteligente ensayo, San Agustín no es tan complaciente con la mendacidad, que para él es divisa de corrupción y muerte espiritual, salvo en muy contadas ocasiones.
La lealtad a la verdad, poco frecuente entre quienes se hallan demasiado lubricados por las pasiones corporales, es el único camino seguro que conduce a la salvación del alma. Pero si no se confía en la trascendente superioridad del alma respecto del cuerpo se sucederán los equívocos sobre la propia verdad.
Un tratado preciso, inteligente, riguroso y rigorista sobre la mentira.