Nunca se había escrito un libro así y ya era hora, porque cuenta algo que nos va a pasar a todos y lo hace de una manera extraordinaria: brillante y sencilla. Leerlo es recibir un abrazo lleno de verdad.
Remangarse y envolverlo en amor, en actividad y en humor. Esa es la única receta (esa y algún croissant) que encuentra esta familia para afrontar una enfermedad terminal. ¿Dudas? Todas. ¿Dolor? Infinito. ¿Amor? Más, siempre más.
La aturdida narradora de esta historia se siente incapaz de cuidar y de acompañar a su padre. Obsesionada por encontrar referencias, busca en amigos, médicos, libros... Y acaba encontrando la clave en el propio enfermo y su forma de estar en el mundo: el compromiso, la bondad y el humor. Un aprendizaje personal que se convierte en universal cuando el lector cierra el libro con ganas de querer más y de ser mejor.
Al fondo, una ciudad pandémica que oscila entre el aplauso solidario y el individualismo feroz. Y, en primer plano, los temas que más nos escuecen: la maternidad, la pareja y la amistad; los roles familiares, la dignidad y lo público; la salud mental, la soledad y la decadencia... Todos tratados con una extraordinaria lucidez, un estilo luminoso y una sutil ironía.
Un libro lleno de verdad, de empatía y de ternura. Un relato delicioso que se convierte en una guía imprescindible y llena de esperanza para afrontar la vida hasta el final.