«En el interior del bosque la abuela reunió un trozo de musgo de un árbol, un trozo de helecho y una polilla muerta. Sophia la seguía sin rechistar. Cada vez que la abuela se metía algo en el bolsillo, ella se sentía más tranquila. La luna estaba algo rojiza y casi tan luminosa como el cielo, bajo el cual proyectaba su luz formando un camino hasta la orilla. Continuaron atravesando la isla hasta el otro extremo. De vez en cuando, la abuela se agachaba y encontraba algo importante. Caminaba alta y oscura justo en medio del sendero de luz de la luna, sus piernas torpes y el bastón avanzaban sin cesar y cada vez se la veía más grande. La luz de la luna caía sobre su sombrero y sus hombros, y ella vigilaba al destino y la isla entera. No existía la menor duda de que la abuela encontraría todo lo necesario para ahuyentar la desgracia y la muerte. En su bolsillo cabía todo.» En la que es casi la última isla habitada del archipiélago finlandés antes del mar abierto, en el Báltico, una abuela y una nieta pasan los veranos junto al padre de la pequeña. Su vida se adapta a los dulces ritmos de las vacaciones y los imprevistos del tiempo, con sequías y tormentas. Este es un libro de apariencia sencilla que consigue ahondar, con encantadora levedad, en los claroscuros del alma humana y en las leyes de la naturaleza. El diálogo entre Sophia, la niña que comienza a abrirse paso en la vida, y su abuela, que ha vivido intensamente y siente la muerte cercana, traza los contornos de un vínculo que permanece en la memoria durante mucho tiempo.