Portugal, finales del siglo XV: Justa, el ama de cría del pequeño Manuel, duque de Beja, nunca dudó de que era “El escogido”, aquel que, según las profecías, estaba llamado a reconquistar Jerusalem y unir a todos los hombres bajo la misma fe. Aunque no nació para ser rey, los hados conspiraron para que, en 1495, tras la muerte de su sobrino y los asesinatos de su hermano y su cuñado, se convirtiera en el sucesor de Juan II.
Apodado el Venturoso, sus naves llegaron a India y Brasil, lo que le permitió construir un imperio digno del rey mago de Occidente, que era como en secreto se llamaba a sí mismo. Bajo su reinado, Lisboa se convirtió en el centro del comercio de las especias, con las calles rebosantes de espías, mercaderes riquezas e intrigas nunca vistas.
Isabel, hija de los reyes Católicos y viuda de Alfonso, el hijo de Juan II, se resistió a que la casaran con el nuevo rey. Quería vivir su tristeza en paz. Pero desde el primer día que la vio, Manuel estuvo decidido a hacerla suya, aunque para eso tuviera que expulsar primero a los herejes y después a los judíos de Portugal. Por desgracia, la felicidad conyugal duró poco, ya que Isabel murió de parto y poco después su único hijo la seguiría a la tumba. Era necesario garantizar la sucesión. Había llegado el momento de María, la hermana de Isabel.