En una época de convulsiones religiosas y políticas, Tomás Moro condujo su vida con honradez e integridad hasta que Enrique VIII lo mandó decapitar. Abogado, juez, embajador, miembro del Consejo Real, gran humanista y padre de familia, Moro fue reconocido como «un hombre para todas las estaciones», ya que mostraba una humanidad ejemplar en las actividades y cargos que tuvo en vida. Fiel servidor del rey, pero antes de Dios, dio su vida en defensa de la unidad de la Iglesia, de la supremacía del papa y de la libertad de su conciencia.
Su trabajo y su valentía en el terreno político le valieron ser proclamado patrono de los políticos y gobernantes, en el año 2000, por el papa Juan Pablo II, ya que su liderazgo sigue siendo un vivo ejemplo para todas las épocas.