No parece caber duda de que, salvo en casos patológicos –suicidas, masoquistas, etc.–, hay un consenso unánime en que no es deseable, sino todo lo contrario, que la desdicha sea el tono que adoptan nuestros días.
Sin embargo, para un ojo atento, y el de Petrarca sin duda lo es, las apariencias son engañosas y encubren otra realidad, o al menos una realidad matizada.
Por un lado, muchas de las situaciones que conducen a la desdicha, como el envejecimiento y los achaques a él asociados, son inevitables, de modo que poca cuenta trae regodearse en el dolor, y más vale aprender a sobrellevarlas con temple sereno, y hasta feliz.
Por otro lado, de otras situaciones, como la pobreza, la debilidad física o el distanciamiento de algunos amigos, es posible aprender hasta alcanzar la base de toda felicidad: la sabiduría.