Es un hecho incontestable que los varones tienden –se trata, en todo caso, de un mero hecho probabilístico– a morir antes que las mujeres. Esta acreditada tendencia da lugar a que la viudez y sus dolores se asocien antes con ellas que con ellos.
En la tratadística antigua sobre la muerte, tan señalada y aleccionadora, San Agustín encuentra una cierta carencia: no hay preceptos para las mujeres que se quedan en tierra una vez que sus maridos emprendieron el postrero viaje.
En este breve tratado Agustín intenta suplir esa falta, y lo hace con sorpresas: sus consejos no son tan exigentes como cabría pensar –según la imagen más usual que se tiene del cristianismo católico–, y en modo alguno reprueban el reverdecer carnal de las viudas.