Cicerón es maestro en señalar la existencia sonámbula de muchos hombres: todos aquellos que se dejan ir, errabundos, según soplen los vientos del mundo.
Sin embargo, también es fino y optimista cuando construye el modelo contrario, el verdaderamente deseable: un tipo humano que encuentra en su alma un tesoro que cuidar y acrecentar.
Esta forma de estar en la vida, la de quienes activamente trabajan su forma de ser, previene de muchos males, pues como sabe distinguir lo que pertenece al alma de lo que es propio del mundo, la libertad de la necesidad, no se deja llevar, como le ocurre a los sonámbulos, por las pasiones.
Estas, las pasiones, no dejan de ser una mera opinión, moldeable, susceptible de ser tratada cuando es causa de dolor y quebranto.