El deporte (la construcción histórica de la actividad física que todos conocemos) es una fuente inagotable de desigualdad para las mujeres, y a pesar de ser, como nos dice Herminia Luque, una de las estructuras visibles del patriarcado, escapa con facilidad a cualquier crítica teórica sistemática. Sin embargo, el deporte, creado por y para varones (en su doble origen del olimpismo clásico-"coubertiniano" y el balompédico de la "high school"), segrega y discrimina por principio a las mujeres. Y cumple, además, a la perfección funciones pedagógicas de transmisión de valores y roles de masculinidad hegemónicos en todas las sociedades. Si históricamente el deporte se desarrolla como una preparación eficaz para la guerra, en la actualidad la simbiosis con un capitalismo global y multimediático lo convierte en un inmenso poder que sobrepasa incluso al poder político.