Los abuelos son la casa del pueblo, las vacaciones de verano, las propinas a escondidas.
Los abuelos son el tiempo que nos falta, y los recuerdos que aparecen en los cajones.
Hay personas que marcan tu vida y te hacen sentir de una forma especial y única. Esa era mi abuela.
Estas páginas encierran miles de momentos que viví a su lado, miles de conversaciones que ahora son recuerdos, y que un día necesité escribir para que nunca se borrasen de mi memoria, a pesar de que ella ya no esté esperándome con la cena puesta encima de la mesa.
Soy todo lo que un día aprendí de ti, yaya. Y quiero que todo el mundo sepa lo importante que fuiste, eres y serás en mi vida.
Los abuelos son confidentes, son la taza con galletas para cenar, el saber que sin cenar no te vas a la cama.
Un «abrígate», aunque lleves cinco capas de abrigo.
Son las anécdotas de quien nos crio, de quien nos enseñó que la vida es mucho más fácil.
Pero los abuelos también son los que se van olvidando de nosotros...
Los que un día dejan de hablarnos y solo nos miran esperando que no nos vayamos de su lado. Los que pasan días en una camilla de hospital y poco a poco se van apagando...
Por ello solo te pido que no te olvides que si alguna vez no te reconocen, es una razón más para recordarles cada día quién eres.
Si tu abuelo ya no juega a las cartas, quédate a su lado contando cómo lo hacíais.
Porque ellos no merecen que te alejes cuando se están yendo.
Porque los abuelos nunca se fueron cuando tú te empeñabas en apostar por algo que resultó hacerte más daño.
Te levantaron, te curaron las heridas, y les dijeron a tus padres que todo iba bien.
Ahora, somos ese niño que les tiene que curar las heridas.
Se lo debemos.