Más allá de los habituales tópicos sobre Esparta —el sacrificio de Leónidas y sus hombres en las Termópilas, el asumido ascetismo de la ciudad o el rigor de su sistema educativo—, el modelo de Atenas es el que generalmente se ha instalado en el imaginario popular como arquetipo de ciudad griega. Sin embargo, Esparta constituye un modelo alternativo fascinante. Si bien la ciudad del Peloponeso debe considerarse ante todo una ciudad griega de griegos en Grecia, su organización y sus prioridades son verdaderamente genuinas. Su victoria sobre la ciudad de Atenea en la guerra del Peloponeso, en el siglo V a. C, ilustra su eficacia global. Para comprender mejor las fortalezas y debilidades de la potencia del Peloponeso, así como sus éxitos y fracasos, Nicolas Richer presenta los principales rasgos de la evolución de la ciudad, desde el siglo VIII hasta el siglo IV a. C., no solo desde un punto de vista político, sino también artístico y social. La variedad de fuentes que abordan las costumbres educativas, políticas, religiosas y militares nos da a conocer el funcionamiento de una ciudad apasionante, que tiene entre sus características originales la importancia que concede a la comunidad, la guerra y el mérito. No en vano, Jenofonte señalaba que «Esparta, lógicamente aventaja en virtud a todas las ciudades; pues solo ella ejercita públicamente la perfección de cuerpo y alma».