«Todo eso son pruebas, pensó Leyla, y también lo serán dentro de diez años o de veinte, pruebas de que todo aquello existió: el pueblo, las ciudades, las personas, los veranos.»
El pueblo está en el norte de Siria, cerca de Turquía, y es allí donde Leyla, hija de una alemana y de un kurdo ezidí, pasa todos los veranos. Un lugar cuyo olor y sabor conoce bien, igual que sus historias. Sabe dónde esconden las maletas los vecinos, por si tienen que volver a huir. Ha crecido con la sensación de que pertenece a dos mundos: el de la casa de sus padres a las afueras de Múnich, donde vive durante todo el curso escolar, y el de la región kurda donde pasa las vacaciones con sus abuelos ezidíes, rodeada de primos, tíos y gente del pueblo.
A partir de cierto momento, sus experiencias en Alemania y en Siria empiezan a resultarle contradictorias e incompatibles. En internet se suceden imágenes de una Alepo arrasada por al Asad y de los ezidíes asesinados por el Estado Islámico que se mezclan con las fotos de su apacible día a día con amigos alemanes. A Leyla le descorazona comprobar que sus compañeros de clase reaccionan de manera indiferente a los problemas de Oriente Medio, son incapaces de empatizar con su sufrimiento. Todo ello le aparta poco a poco de una comunidad para acercarle a la otra, hasta que se ve abocada a tomar una decisión drástica que cambiará su vida para siempre.
En su electrizante debut en la novela, con los ojos bien abiertos y un estilo apremiante y conmovedor, la periodista y poeta Ronya Othmann nos habla de unas vidas en peligro de extinción, precisamente para impedir que eso ocurra.