Tan solo un año mayor que Luis Mateo Díez, su hermano Antón fue desde la infancia un compañero de juegos dotado de múltiples inquietudes e infatigable capacidad creativa. En este apunte fraternal, junto al recuerdo de las ausencias de seres muy queridos, pervive el de los largos inviernos en un valle nevado donde aún sobrevivía la huella de la Institución Libre de Enseñanza. Un tiempo en el que Antón aún se debatía entre el teatro, la literatura y la filosofía, pese a que ya estaba empeñado en crear con sus manos universos de papel y cartón que con el tiempo le conducirían hasta la pintura, la cerámica y la escultura, sin importar la materia empleada para crear esos artefactos con los que poner en orden un mundo propio. Convertido en personaje de ficción —tan entrañable como tendente al exceso— por la magia de la literatura, este relato es, además, un manifiesto en favor de la fantasía y la curiosidad como armas indispensables para afrontar la vida.