Las personas altamente sensibles tienen un don. Un regalo para ellos mismos, porque tienen características fuera de lo común. Es un regalo para quienes las rodean, porque son portadoras de habilidades cognitivas y emocionales que también enriquecen a los demás. Por supuesto, como con cualquier tesoro valioso, este rasgo de la personalidad debe estar bien guardado y administrarse con cuidado. Comprobar la presión de las emociones, anticipar los propios límites, evaluar la presencia de pensamientos que consumen energía, medir el equilibrio entre cuerpo y mente, eliminar los sentimientos de culpa y los juicios sobre uno mismo... Éstas y muchas otras prácticas de 'higiene del mundo interior' se proponen e ilustran al lector con todo tipo de detalles, con la ayuda de ejercicios y testimonios. Para hacer de la hipersensibilidad el propio centro del equilibrio, hay que aprender a no sentirla como una debilidad o una carga, y, finalmente, vivir feliz.