«Érase una vez en el gueto. Mientras todo moría a su alrededor, un viejo se empeñó en dibujar un mapa. Pero como sus piernas no lo sostenían, como no podía ir a buscar los datos que necesitaba, pidió a una niña que lo hiciese por él.» En la Varsovia de nuestros días, Blanca tomará por cierta esa leyenda y se lanzará a la búsqueda del mapa de un mundo en peligro.
Mayorga indaga en el ángulo más oculto de la memoria trazando así una cartografía del cuerpo, del gesto y de la conciencia. Presente y pasado se interpelan para interrogarnos y ofrecer pistas de lo que está a punto de ocurrir. Si «hacerse preguntas es mucho más difícil que medir y dibujar», ¿cuáles son hoy las nuestras?
«La bajada a los infiernos de un texto órfico como El cartógrafo no transmite un mensaje de desconsolado nihilismo, ni una mórbida melancolía. Su lección definitiva tiene el sabor de la esperanza.» Alberto Sucasas, del epílogo.