Este no es un libro sobre política. No del todo, vaya. Lo escribo después de haber dedicado doce años a la política, obviamente. Pero se trata de un relato vital de la última década, en la que lo personal y lo profesional eran un todo. Lo público es solo el hilo conductor para exponer cuál era mi realidad diaria mientras el dolor, principal síntoma de la fibromialgia que padezco, formaba parte de mi vida cada vez con mayor intensidad.
De modo que esta historia habla sobre el dolor, aunque tampoco es un almanaque de salud o una guía médica. Es un relato para entender cómo lo urgente dio paso a lo prioritario, es decir, cómo la obsesión por querer alcanzar el éxito y el reconocimiento profesional se impuso y evitó que me detuviera ante las llamadas de atención de mi propio cuerpo.
Estas páginas van de cómo convivir con las debilidades de uno mismo o, al menos, cómo lo logré yo. Lo escribo ahora porque he aprendido que pretender ser perfecta cuando no eres capaz de gestionar las emociones te hace más vulnerable. Y que intentar hacerlo a base de ansiolíticos es una trampa muy peligrosa.
Ahora sé muy bien que todo dolor da miedo y que el propio miedo es un gran dolor.